33 años del atentado a la Embajada de Israel
Como cada 17 de marzo, los argentinos recordamos con inmenso dolor los trágicos acontecimientos que enlutaron a nuestro país un día como hoy hace 33 años. El atentado contra la Embajada de Israel en Buenos Aires no fue un hecho aislado, sino que esa innegable violación de nuestra soberanía nacional por parte de un Estado extranjero, la República Islámica de Irán, formó parte de una estrategia mucho más amplia diseñada por la plana mayor de su régimen criminal.
El grupo terrorista Hezbollah y la Jihad Islámica, su brazo armado para la ejecución de esta acción criminal, no fueron más que peones de un plan siniestro tendiente a desestabilizar a nuestro país y quebrar nuestros históricos vínculos con Israel. Así lo determinó el fallo ejemplar de la Cámara Federal de Casación Penal, que el 11 de abril de 2024 confirmó claramente la responsabilidad del gobierno de Irán en el financiamiento, la logística y las directivas para la concreción del atentado contra la Embajada de Israel y del acto terrorista contra la sede de la Asociación Mutual Israelita-Argentina (AMIA) producido dos años más tarde, el 18 de julio de 1994.
El objetivo fue golpear a nuestro país y forzar al Gobierno de ese momento a modificar su política exterior, lo que resulta inadmisible en cualquier Estado de derecho. Los terroristas asesinos también pretendieron sembrar discordia y generar un impacto en los lazos indisolubles que unen al pueblo argentino con el pueblo de Israel. Lejos estuvieron de conseguirlo, ya que, como lo ha expresado el presidente Javier Milei en más de una ocasión, entre nuestras naciones existe una comunidad de valores que se traduce en una “alianza estratégica” cimentada en principios comunes y en una visión similar del mundo, en donde no hay lugar para el antisemitismo, el discurso del odio y la diseminación del terrorismo que caracterizan como política principal al régimen que gobierna Irán desde hace varias décadas.
La dinámica que aplicó Hezbollah en 1992 y 1994 en nuestro país es la misma que se viene repitiendo desde hace más de tres décadas en Medio Oriente, con el permanente asedio a la población civil israelí, el lanzamiento de ataques a mansalva y la permanente amenaza de destrucción del Estado de Israel. Es inconducente la supuesta distinción entre el ala militar y la supuesta rama política de Hezbollah, pues ambas trabajan en conjunto para avanzar en una agenda de destrucción común. La existencia de la denominada Organización de Seguridad Externa de Hezbollah no hace más que confirmar esa estrategia de “exportación del terror”.
Hace 17 meses, la sociedad israelí vivió otro infierno, tras el ataque planificado y ejecutado a sangre fría por otro grupo terrorista, Hamás, en los kibbutzim y ciudades aledañas a la Franja de Gaza. Este verdadero crimen contra la humanidad confirma la imposibilidad de entablar cualquier tipo de diálogo con quien destila odio y ejecuta contra la población civil acciones criminales de un nivel de barbarie nunca visto. Las vejaciones a las que fueron sometidas las víctimas del 7 de octubre de 2023 y la profanación de sus cuerpos, con especial saña contra niños y ancianos, son una afrenta a la condición humana. El corolario de esta inhumanidad fue el asesinato de Shiri Silberman y sus pequeños hijos Ariel y Kfir, todos ellos ciudadanos argentino-israelíes –como lo es también su padre Yarden, único sobreviviente de la familia–, y las mentiras que urdieron para ocultar esa ignominia, pretendiendo transferir la responsabilidad del horror a las Fuerzas de Defensa de Israel.
Así lo demuestran también las condiciones a las que fueron sometidos los ciudadanos israelíes y extranjeros tomados como rehenes. Humillados durante su cautiverio, aquellos secuestrados que fueron liberados en estas últimas semanas fueron obligados a desfilar ante los sicarios de Hamás y posar ante las cámaras de esa organización terrorista, en un espectáculo macabro que no puede más que indignar a cualquier persona de bien.
La prédica antisemita de estos esbirros al servicio del proyecto genocida del régimen iraní no puede quedar impune. La comunidad Internacional debe unirse en el reclamo de liberación incondicional de todas las personas que aún están cautivas en la Franja de Gaza. No podemos aceptar ningún tipo de asimilación, como intenta cierta campaña internacional, entre el accionar terrorista y la legítima respuesta del Estado de Israel para defenderse del peor ataque sufrido por la población israelí desde los crímenes del nazismo en el holocausto.
Estos intentos por borrar literalmente del mapa a un pueblo y a su Estado, creado justamente tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y transformado en la única democracia realmente existente en Medio Oriente, nunca lograrán sus objetivos. Desde Argentina, somos solidarios con el pueblo israelí, al que nos une una larga historia en común.