Una escuela en General Madariaga llevará el nombre de Atahualpa Yupanqui

A 33 años de la muerte del enorme folclorista nacido en la provincia de Buenos Aires, la Escuela de Arte Nº 1 acaba de ser rebautizada “Atahualpa Yupanqui”.

Como no podía ser de otra manera, el acto por el que la Escuela de Arte Nº 1 de General Madariaga recibió el nombre de Atahualpa Yupanqui terminó a pura música folclórica.

Fue este viernes 3 de octubre con la ceremonia protocolar de la que participaron Ana López Muro, directora de la escuela; Mara Simiele, secretaria de Gobierno municipal; y el profesor Gustavo Dos Santos, uno de los impulsores de la iniciativa, según informó El Mensajero de la Costa. Luego se colocó en el interior del establecimiento una placa conmemorativa confeccionada por los estudiantes mediante un proyecto de vitral, que da cuenta del nuevo nombre de la escuela.

La jornada incluyó tres escenarios emplazados en la escuela, ubicada en calle Carlos Madariaga al 400, donde se presentaron números artísticos a cargo de los profesorados de Música, Teatro, Audiovisuales y Danza.

Con más de 30 años de trayectoria, la Escuela de Arte Nº 1 consolida así su identidad bajo el nombre de uno de los máximos referentes de la cultura argentina, en un hecho que marca un antes y un después en la historia de la institución.

El mensaje del Coya Chavero, el hijo de Don Ata

Desde Cerro Colorado, en el norte de la provincia de Córdoba, Roberto Chavero, el hijo de Atahualpa y Nenette -la pianista de origen francés que acompañó al músico durante medio siglo-, envió un emotivo mensaje:

“Saber que una escuela de arte va a llevar su nombre es realmente una gran alegría. También gratitud por el reconocimiento y también responsabilidad para poder colaborar con esta escuela de arte. El arte fue fundamental en la vida de mi padre. Siempre diferenció el arte del espectáculo. Aquello, el arte, buscaba la profundidad en el espíritu del hombre, elevar su horizonte, abrirle el horizonte para que vea más claro en su vida y en la existencia el camino a seguir”.

Atahualpa Yupanqui, un bonaerense que conquistó el mundo

Hijo de un padre con raíces quechuas y una madre del país vasco español, Don Ata nació en el paraje Campo de la Cruz, en José de la Peña, partido de Pergamino, el 31 de enero de 1908. Fue anotado en el registro civil como Héctor Roberto Chavero.

A los seis años empezó a despuntar su pasión por las cuerdas, primero con el violín, y casi de inmediato se volcó a la guitarra, instrumento que tocaba con su condición de zurdo, es decir, con el diapasón en su mano derecha. Hacía 16 kilómetros a caballo para tomar clases con el profesor del pueblo, con quien aprendió también a saborear la música clásica, con Beethoven, Albéniz y Bach entre sus favoritos.

A pesar de su origen humilde, siempre tuvo en las letras y la música su pasión. A los 13 años ya escribía sus primeros poemas en un periódico escolar y los firmaba «Atahualpa», el nombre del último soberano inca, un homenaje a los ancestros paternos. Luego, agregó «Yupanqui». Atahualpa Yupanqui, «el que vino a narrar desde tierras lejanas». Y a los 19 años compuso ese himno que es “Camino del indio”.

Andando hizo camino el artista trashumante. De la pampa húmeda, a Tucumán, luego enfiló por los valles calchaquíes hacia Jujuy y el sur de Bolivia. En su derrotero, fue músico, periodista, peón rural y, lo que no muchos saben, maestro, lo que da más valor al nombre que eligieron los docentes y alumnos de la Escuela de Arte Nº 1 de General Madariaga.

El legado de Atahualpa

Yupanqui vivió por la música gran parte de sus 84 años. Hasta el último instante: murió el 23 de mayo de 1992 en un hotel de Nimes, Francia, pocas horas después de tener que suspender una actuación en un festival porque no se sentía muy bien.

El autor de 325 canciones registradas oficialmente. El de los más de mil trescientos temas grabados. El que escribió una docena de libros. El que se animó a participar en ocho películas. Pero, fundamentalmente, el que amaba a su tierra. Ese hombre quiso que nunca olvidó a su Buenos Aires natal y que pidió que sus restos fueran llevados a Cerro Colorado.

Allí, a la sombra de un roble, junto a la casa de piedra, descansa Yupanqui. Pero su música está en todos lados.

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