“El impacto de El Eternauta es tal que acerca tanto a los convencidos como a los neófitos”
Combo letal, caído, literalmente, del cielo. Nieve, muerte e invasión. Lo cotidiano se vuelve amenaza. El Otro es un potencial enemigo y, al mismo tiempo, el único camino para vencer la adversidad. Como reza el metamensaje, “nadie se salva solo”. La serie El Eternauta (Bruno Stagnaro, 2025), que adapta la legendaria historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López, se convirtió en un fenómeno masivo que trasciende las fronteras argentinas.
“Hay dos aspectos claves de esta serie. Uno es indagar en un género, el de la ciencia-ficción, registro en el que hasta el momento el cine argentino se había mostrado un tanto ‘miedoso’ o cauto. Como si no estuviéramos ‘a la altura’ de indagar en ese territorio por falta de recursos simbólicos o económicos. Y pese a ser un segmento narrativo fértil de la literatura nacional y producción local», propone Laura Vazquez Hutnik, doctora en Ciencias Sociales por la UBA e investigadora del CONICET.
El otro aspecto, continúa, es la elección de esta propuesta de modo estratégico. «No se adapta cualquier serie de historieta ni en cualquier contexto sociopolítico. Se elige El Eternauta en un tramo pospandémico, de fuerte disolución de lazos sociales. Y, además, de crisis de las ideas y de necesidad de reavivar los colectivos”, agrega la especialista.
Guionista y crítica de historietas, con un sólido recorrido teórico en torno al noveno arte, Vazquez Hutnik valora el nivel de producción y de realización en esta adaptación de El Eternauta (“no sólo hubo una inversión cuantiosa, dato no menor para pasar del proyecto a su concreción, sino, especialmente, maestría artística y saber práctico en contar esta historia pensada para el papel y transpuesta al lenguaje audiovisual”). En esta entrevista con la Agencia CTyS-UNLaM, analiza los principales ejes de la serie.
¿Dónde consideras que radica el mayor impacto de esta adaptación?
El impacto de El Eternauta es tal que acerca tanto a los convencidos como a los neófitos. Lo más interesante es que quienes nunca leyeron la historieta están hablando de esto. No sólo importa por la trama o por los latiguillos que repiten los memes y discursos de la red, por ejemplo, “lo viejo importa”, “nadie se salva solo” y esas frases ya cuasi icónicas que irán horadando la cultura. Creo que lo más importante pasa por otro lado. El argumento de la serie produce capas nostálgicas y recuerdos aún de lo vivido. Le pregunté a mis alumnos si habían leído la novela gráfica y respondieron que no. Pero podían reconocer perfectamente las marcas de época en las canciones, en la vestimenta, en los imaginarios técnicos. Es como si un veinteañero, al ver Stranger Things, “recordara” las películas ET o Back to the Future, aún sin referencia alguna más que la que le provee la cultura medial y el loop de la industria del entretenimiento. Creo que esta serie juega astutamente con eso. Hay decenas de meta referencias que dejan pistas en cada episodio.
¿En qué otros aspectos observás esta cuestión de la nostalgia?
A lo largo de la serie es lo que se ve y se “huele” y también es lo que estoy recabando en redes sociales y en comentarios sobre esta historia. Gran parte gira alrededor de una sensibilidad por lo reconocible. El gamulán que usa Juan Salvo para emular el clima de los jóvenes en los años ’60 y ’70 o los objetos decorativos en la casa atestada y vintage de Favalli son como figuritas que aparecen. Hay un sinfín de lugares comunes de la cultura argentina que van desde la partida de truco con amigos y sus slogans picantes hasta las imágenes de cafés, pizzerías y “bondis” al paso. La fiebre se desencadena en la competencia por el grado de argentinidad y en la astucia, no importa la clase ni la generación, por reconocer y encontrar esas referencias. Por eso importaría estudiar qué pasa con la proyección en otros países en donde el Gauchito Gil no es una pista secreta.

¿Consideras que ese aspecto explícito conecta un poco con cierta forma de encarar la resistencia, de enfrentar la invasión? Como si hubiera una “forma argentina” de resistir
Totalmente. Hay algo de ahí del “saber hacer”, la idea de saber práctico, del “atar con alambre”, que respondería a lo argentino. Y lo digo en potencial porque es un imaginario identitario y, por lo tanto, irreal, un constructo social. Hay una idea hermosa pero sobredimensionada del argentino que se la rebusca. En la serie está representado en la figura de Favalli, pero también en los distintos personajes que recorren la ficción. Creo que, en términos generales, hay más Lucas por estos lares que técnicos o hobbistas.
Por otro lado, también aparece una resistencia solidaria que se articula y solapa con las luchas sociales que venimos transitando desde la postdictadura a esta parte. Hablo de la resistencia sindical, obrera, estudiantil, feminista, la de los jubilados. Este aspecto convive con la figura del argentino promedio, individualista y clasista pero que pone el cuerpo “y el corazón” ante la situación límite. Ese es el eje del relato y, de ahí, la fibra que nos toca. Ello está articulado a la idea de hinchada, aguante y aquello que dice Pablo Alabarces sobre lo argentino como cantera significante. Me parece interesante leer esta nueva versión de El Eternauta bajo ese prisma teórico.
Más allá de los cambios por ser una adaptación, ¿considerás que hay una resignificación en torno al concepto de “héroe colectivo”, respecto a lo que fue la historieta de 1957?
Sí, en ese sentido los realizadores recogen el guante muy bien. Quienes hemos leído El Eternauta, no en el ‘57, sino en lecturas posteriores, tal vez tuvimos una mirada bastante equívoca respecto a Juan Salvo. Porque nunca te terminaba de caer muy bien, por lo menos a mí me pasó eso, un amor con desconfianza o poco apego. Por un lado, por esta salida individual, este protagonismo exacerbado, muy apegado a la lógica del héroe aventurero que estuvo en boga en los ‘40 y ’50 pero que no nos convoca generacionalmente. Hablamos de una figura vinculada al “salvador”, con rasgos conservadores y formas patriarcales machistas.

Todo esto ha sido borrado en esta nueva propuesta de la serie. En eso hay inteligencia por parte del equipo creativo, para pensar que hay un protagonista pero que solo no va a ningún lado, necesita del círculo de contención afectiva, del trabajo mental y físico en equipo. Es un héroe que hace redes.
De todas formas, pareciera que hay una construcción más combativa, más agresiva y hasta “egoísta”, en cierto punto, que tal vez en El Eternauta original no se veía, respecto al personaje de Salvo…
Sí, coincido en ese punto. Cuando vemos la primera escena, tal vez a más de uno le habrá causado cierta decepción, porque, a diferencia de la historieta, no es la casa de Salvo, sino el búnker de Favalli donde comienza todo. Es más que acertada la idea, dado que es este personaje el que preserva el espacio del rigor del paso del tiempo, encarnando la figura de una suerte de acumulador compulsivo que guarda las guías de teléfono o conserva una máscara para emprender la epopeya.
El Eternauta no hubiera sido posible sin cada persona que puso todo su talento y esfuerzo a disposición de esta historia. En sus propias palabras, los protagonistas nos cuentan cómo fue la realización de esta serie 100% argentina. pic.twitter.com/WXc0Zv3XyZ
— CheNetflix (@CheNetflix) May 7, 2025
Pero más allá de esta cuestión, redescubrimos a Salvo, encarnado por Ricardo Darín, como un tipo separado, psicoanalizado, traumatizado, ex combatiente de Malvinas y preocupado por su descendencia. Lo saca de eje completamente el director. A contrapelo, sabemos, por la historieta, que Juan Salvo vivía en Vicente López, con una familia constituida, con esposa e hija, con rituales ordinarios y que cuando porta el traje se autopercibe como el redentor. En cambio, en esta adaptación, el móvil es la figura de Clara, los fines son propios, aunque sean ajenas.
Incluso hay una cuestión referida a la construcción de los personajes y es que, en la historieta, El Eternauta aparece desde el comienzo. Y en la serie todavía no apareció como tal, se está construyendo…
Exacto. Todavía no sabemos lo que pasará en las próximas temporadas, pero hasta ahora vimos un personaje que va creciendo y reelaborando su propio trauma. Hay un punto clave y es la relación y encuentro con el otro ex combatiente de Malvinas que aparece en la serie. Primero como un lisiado que le pide dinero. Salvo no lo reconoce, le suena familiar, pero no hay empatía, hay incluso una mirada de lástima o de condescendencia. Pero en la iglesia, conversa con él y empieza un proceso de Salvo de volverse, si se quiere, mucho más humano. Como si estuviese ocurriendo a la inversa: en el primer Juan Salvo, el de Oesterheld, pasamos de un personaje humano al “superhombre” o “superhéroe”. En la serie aparece un excombatiente al principio mucho más cerrado, que luego se va humanizando, o reencontrando, si acaso es lo mismo.
¿Cómo consideras que se trabajó en torno al aspecto de lo doméstico que se vuelve, de golpe, en una amenaza y en un territorio de combate?
El haber elegido lugares estratégicos hace que la ciudad también se convierta en un personaje. Están la Glorieta de Barrancas de Belgrano, la cancha de River, el puente Saavedra, Campo de Mayo, la General Paz… todos esos lugares componen, en sí mismos, personajes. Hay una suerte de “ciudad hablada”, recorrida, una ciudad con memoria. Se reconocen los lugares a partir de recorrido y no son postales de Caminito para el turista de paso.

Por otra parte, el concepto de búnker, de espacio de refugio del exterior amenazante funciona desde tiempos pretéritos. Ahí Oesterheld encuentra, para El Eternauta, un nicho que había sido explorado durante todo el siglo XX y especialmente desde la Primera Guerra Mundial. Resguardarse, acumular alimentos, agua potable, medicamentos y armas es una historia que nos han contado muchas ficciones, tanto en la literatura como en el cine. Hay un rasgo muy particular ahí, en el primer capítulo, cuando Favalli le da un rifle y Salvo y él le dice que no. En realidad, es un tanto inverosímil, como espectadora me pregunté “Pero ¿cómo va a salir a la calle sin un rifle?”. Recordemos que es un excombatiente, que ya vivió la violencia, pero no quiere volver a pasar por ahí. El tema no resuelto es cómo hacer cuando la violencia es intrínseca al momento de crisis
¿Cómo se reconfigura el rol de la mujer, para esta adaptación en pleno siglo XXI?
Elena, la pareja de Salvo e interpretada por Carla Peterson, podríamos decir que tiene una representación realista. Está separada, es una médica, es decir, profesional, y ocupa este lugar de acompañamiento que es femenino, no feminista. Es decir, no es la co-heroína, es la ex mujer de Salvo, y así queda contada en la historia. Le da apoyo, le da consejos inteligentes, pero no más, por lo menos lo que vimos hasta ahora. Después tenemos el rol de Inga, una venezolana y laburante del delivery, a la que se le dieron ciertos atributos combativos. Hablamos de una extranjera, posiblemente indocumentada, con un trabajo mal pago y que hizo el servicio en su país. Desde el cabello al ras hasta su formación militar fue diseñada con ciertos atributos estereotipados. Te diría que es el que menos me convocó aunque posiblemente se buscó lo contrario.
¿Y en relación a los otros personajes?
Ana, la esposa de Favalli e interpretada por Andrea Pietra es, por lo que vi, el personaje femenino que más me atrajo. Es la que alerta a los hombres que no salgan porque hay algo en el aire, al comienzo de la nevada, es la que aporta ideas, con mucha inteligencia y es la menos, por lo que vimos, apegada a lo vincular. Actúa en la misma línea en Campo de Mayo, aconsejando y ayudando a Elena y se convierte, así, en una excelente partenaire de su pareja, el mentor del ingenio, Favalli. Pero de las mujeres que más me atrajeron en la serie, me gustaría hablar de la monja combativa. La que primero organiza a los mendigos y sobrevivientes en la iglesia convertida en cuartel y, luego, se inmola, en una escena sublime del capítulo 4.
Oesterheld, un referente ineludible en la narrativa nacional
El creador de El Eternauta, Héctor Germán Oesterheld, fue escritor de historietas, guionista y militante. Nacido en Buenos Aires el 23 de julio de 1919, fue secuestrado el 27 de abril de 1977 en La Plata por uno de los “grupos de tareas” de la última dictadura cívico-militar, al igual que sus cuatro hijas: Diana, Beatriz, Estela y Marina, con quienes compartía la militancia en Montoneros. Sus paraderos aún se encuentran desconocidos.

Para Vázquez, la figura de este autor “va cobrando espesor en la doble cuestión de lo biográfico y lo autoral”. “No se puede prescindir de la biografía para leer al autor porque es, ante todo, un guionista desaparecido por la dictadura. Leer toda su obra es leer un itinerario de su radicalización política, del pasaje de la aventura a la acción. Y sólo se entiende la dimensión al leer su obra entera, desde los cuentos que hizo para niños hasta la última versión de El Eternauta o sus historietas más radicalizadas”, remarca la investigadora.